Por Antonio Carazo

Es sorprendente la cantidad de cosas y situaciones que se pueden ver desde una ventana. Casi nunca nos fijamos en los detalles. Solemos asomarnos para ver qué tiempo hace, si esta nublado, si hace sol, si llueve, si hace frío, cómo va la gente arropada, también para ver la boina de la contaminación, a qué se debe el ruido o los bocinazos de los vehículos, etc.

Ahora que estamos confinados, sí que nos fijamos más en los pequeños detalles. Tenemos tiempo de sobra para ello. Nuestras ventanas y balcones se han reconvertido en lo que fueron hace muchos años, aquellos años en los que no había televisores en las casas y únicamente las radios acompañaban los momentos de ocio en familia. La lectura era otro acompañamiento, aunque no siempre se podía leer lo que se quería. Pero las ventanas y balcones se utilizaban para socializar con la vecindad.

Después de años viviendo en nuestros edificios, al asomarnos para aplaudir a nuestros héroes, tanto a los que cuidan de nuestra salud como a los que hacen posible que podamos alimentarnos, nos damos cuenta que esos vecinos a los que habitualmente saludamos por compromiso y tratamos una vez al año en las juntas de la comunidad, empiezan a resultarnos familiares y les sonreímos y cantamos y aplaudimos juntos.

Lo que más me llama la atención es la luminosidad y la pureza del aire. Lo más triste son esas columnas de humo que emergen de los tanatorios, columnas que emanan de los restos incinerados de nuestros seres queridos, aquellos a los que no hemos podido consolar en su despedida. Pero tampoco hemos podido consolarnos entre nosotros.

Lo que me gustaría ver es que, en un momento, esas volutas de humo se convirtiesen en minúsculas nubes y descendiesen y, al tocar tierra, apareciesen todas esas personas que han perdido la vida en esta guerra. Y que todo hubiese sido una pesadilla. Lamentablemente esto no va a suceder.

Todos los países se preparan para otro tipo de guerra. Gastamos billones en armas y esperamos una guerra frente un enemigo definido. Visible. Mientras nos preparamos para que alguien nos ataque, no nos damos cuenta de la constante agresión que realizamos a nuestro planeta. Nuestro planeta sí que sufre, unas veces en silencio, otras mostrándonos una cara menos amable. Bien con catástrofes naturales, bien con catástrofes inducidas por nosotros mismos.

Ahora, un simple virus, de los muchos que existen, ha declarado la guerra a toda la humanidad. Pero es un virus selectivo, solo se ceba con los humanos. Con ninguna otra especie animal. Esta circunstancia nos tendría que hacer pensar el motivo.

Este virus se introduce en nuestro cuerpo sin notarlo. No le vemos. Se instala dentro y somos su alimento. Arrasa con los más débiles y en mayor o menor medida con el resto.

También es un virus selectivo con nosotros. Donde se extiende con más virulencia es en los países más desarrollados. ¿No es casualidad que los mayores agresores del planeta seamos los más perjudicados por la pandemia?.

También hemos de reflexionar cómo es posible que en una catástrofe de esta magnitud no contemos con armas defensivas tan simples y económicas como son mascarillas, trajes de aislamiento, respiradores, etc.

¿Cuántas mascarillas equivalen a un fusil?

¿Cuántas EPIS equivalen a un tanque?

¿Cuántos respiradores equivalen a un avión?

Oí a un político, exsecretario de comunicación de un partido condenado por corrupción, partido que ha realizado los mayores recortes en la Sanidad y Educación públicas para financiar las privadas, que los políticos no hacen recortes, que ellos son un extracto de la sociedad y, por tanto, es la sociedad la que recorta. Al principio me dieron arcadas, pero rápidamente me di cuenta que es cierto. Una sociedad que vota una y otra y otra vez a partidos que salen todos los días en las noticias por su corrupción, que tiene investigados o condenados a sus últimos cuatro presidentes de una Comunidad, a sus vicepresidentes, consejeros, alcaldes, etc., es una sociedad que ampara esa corrupción y todos los recortes con los que se han beneficiado personalmente sus electos.

Volviendo a mi ventana, falta poco para las 20:00, hay que aplaudir a nuestros sanitarios y recapacitar si no pudimos hacer más cuando hace años las mareas blancas y verdes se manifestaban, no por sus derechos, sino por los de todos y esos millones que aplaudimos ahora haberlos acompañado en aquellos momentos.

Vamos a recapacitar también sobre nuestro planeta, estamos viendo regeneración en nuestros ríos, nuestras playas, nuestra fauna. Cada uno de nosotros es un respirador para el planeta. Cuando volvamos a salir no seamos una jauría. Seamos más cercanos, más solidarios. Vamos a sufrir una crisis como no la hemos conocido nunca y el dinero no lo ponen los gobiernos, lo ponen los gobernados. Y el coste de esta crisis llegará a nuestros hijos y nietos. Ayudémosles dejando un Planeta más limpio. Viajemos menos en avión, viajemos menos en coche, conozcamos más nuestro país y que nuestra exigua riqueza beneficie a nuestros paisanos.