Por Perla Díez

CARPE DIEM

Cuando la incertidumbre era extrema, el aquí y ahora era una herramienta a la que solía recurrir para no permitir a su mente aventurar una deriva. También le servía cuando quería llevar su pensamiento a una situación de relax; lo hacía para lograr un descanso placentero, después de realizar una sesión de yoga.

Ahora le costaba controlar su mente. Estaba tan afectada por la duda, por el miedo a las noticias actualizadas, no se permitía imaginar por adelantado; cualquier cambio empeoraba lo anterior. Los datos no eran fríos, resultaban escalofriantes. Envidiaba a las personas que residían en zonas menos afectadas por la evolución del virus. Una y otra vez se confirmaba que las regiones cuyo porcentaje de positivos era el mayor, coincidía con las que más le importaban; pero no podía escapar del ahora, porque el luego sería más aterrador.

El aquí estaba más estable. No había opciones para modificarlo. Ya había aceptado que no se movería de casa para nada. Lo imprescindible también se puede minimizar y esa había sido su decisión. Llenaría el tiempo con cosas que estimularan sus pensamientos positivos. Priorizaría en función del momento y de lo que demandará su estado anímico. No permitiría que cuando terminase una actividad le quedase un amargo regusto: “con esto ya he ocupado una hora”. Iría por delante del desánimo.

A medida que la situación empeoraba, se iban restringiendo las medidas de control por parte de las autoridades, lo que antes era sugerencias pasaron a ser órdenes. A ella no le importaba, ya las había asumido. Su motivación era intrínseca. Pero el miedo era real, varias personas con las que había compartido espacios en días anteriores estaban infectadas. Sabía que sus defensas orgánicas no eran potentes, pero contaba con las mentales y todo suma.

Las conversaciones telefónicas eran una vía de escape, sobre todo porque los más próximos se estaban librando de momento.  Se quedaba un rato en la terraza, escuchaba los pájaros, disfrutaba el verde esperanza que estaba vistiendo a los árboles, el rumor del agua y confirmaba la soledad del parque. Agradecía a sus vecinos que colaborasen desde su aislamiento a la erradicación de este visitante incómodo. En algún momento sentía envidia de quienes paseaban perros, podían salir de casa. Añoraba su casa de campo.

La primera quedada de la noche del sábado para aplaudir al mundo sanitario por su esfuerzo, le hizo dudar si era un acto de “buenismo” o una escapatoria de las soledades individuales. Lo que sí  fue, es una inyección de solidaridad por parte de todos y a todos les gratificaba, no solo a quienes iba dirigida. Aplaudiría.

La lectura estaba entre sus espacios de liberación. Para evitar entrar en un bucle de continuidad, descartó releer libros que en principio le venían a la mente como oportunos. Se negó, acababa de programar las lecturas para el siguiente mes y no iba a cambiar, había que dar, incluso a la mente sensación de normalidad.

Releía relatos que había escrito en momentos de intensidad emocional y comprobaba qué cercanos los veía. En otros más desenfadados se recreaba para acoplarlos a la situación actual. Incluso buscaba salidas a la misma a través de alguna ráfaga aislada de una idea cuajada de humor, podía ser la primera vacuna, que no necesitaba ser testada contra el coronavirus. Sería terapéutico reírnos algún ratito. El humor social que tan bien manejaban Forges o Mafalda, respetando la ética y acercándose al más débil es un buen ejemplo.  Esto no nos va a proteger de un posible ataque, de que nos coloquen el maldito corona, pero nos puede ayudar a controlar el estrés.

Sumaría la idea a las actividades que había catalogado como relajantes, el ejercicio físico era la más destacada. Buscaría puntos de escape, sin salirse del aquí y ahora, se recrearía en sabias aportaciones. A través de las redes sociales llegaban ideas válidas.

Descubrió que había otro recurso que no estaba explotando, tenía que cuidar su aspecto como si fuera a salir. Se olvidaría un momento de la situación y conversaría con su otro yo, el del espejo. Comprobó que se lo estaba agradeciendo. Que no sin ironía le respondía con una sonrisa. Hicieron un trato y descubrió que cumplirlo le iba a favorecer a ella y a quien hacía el periplo a su lado.