Por Carlos Garrido

Qué no, que te he dicho que no. ¿Qué te ocurre? ¿no lo quieres entender? No dejan de decirlo a todas horas en la televisión y en la radio No se habla de otra cosa, de ese dichoso virus que nos va a matar a todos. ¡Dios mío! Ochenta y ocho años y cuando ya creía que lo había visto todo, viene esto. Todo el mundo encerrado en casa, todo el mundo muerto de miedo. Y yo también, que lo sepas. No vamos a salir de aquí ¿Acaso no ves que la mayoría de los que mueren son como yo, gente mayor? Pobrecitos. Se están muriendo por docenas en las residencias y nadie hace nada. Menos mal que me he quedado en mi pisito y no he ido a ninguna de esos sitios. Siempre me han parecido tan tristes. Ahora resulta que ya ni tan siquiera pueden ir a visitarlos sus familiares y, si fallecen, no pueden velarlos, ni ir al entierro.

¡Qué tristeza! Como si no hubiéramos tenido ya suficiente con lo que pasó en la guerra. Claro, tu no existías entonces, ni ninguno como tú, pero que sepas que mataron a mucha gente, los fusilaban al amanecer en muchos pueblos, contra las tapias de los cementerios, sin que hubieran hecho nada, sólo por ser de un partido o de otro, sólo como venganza, los unos de los otros, los otros de los unos, a ver quién era más salvaje. Pero bueno, no quiero hablar de eso porque no lo entenderías.

¿Quieres que demos un paseo por aquí? Venga, vamos a caminar un poco, pero no tires mucho que ya sabes que voy con la muleta. ¿Está muy corta la correa? Bueno, tranquila, la hago un poco más larga. ¿Mejor así? ¡Hala, vamos! Así te saco de la terraza porque, aunque ha venido la primavera, parece que hace más frío que otros días. Este tiempo está loco. Venga, por la cocina. ¿Te gusta cómo huele? Estoy preparando unos garbanzos con repollo que me van a servir para comer durante tres días. No te choques con los marcos de las puertas. Fíjate cómo los tienes.

¡Ay si mi Fermín estuviera aquí y viera cómo están todos los cercos con la pintura desconchada!. Él que era tan mañoso, tan cuidadoso, que todo lo arreglaba. Pobrecito, toda una vida trabajando y nada más jubilarse le da el infarto y se muere. Ya sé, ya sé que él no te prestaba atención y que nunca te sacaba, pero ¿qué quieres? Los hombres son así. No era mal hombre, pero eran otros tiempos. Él traía el jornal y yo cuidaba de la casa y de la ropa y me hacía cargo de tener todo en el frigorífico y de tenerle siempre la cena a las nueve en punto, que era como a él le gustaba, para sentarse a ver las noticias. Y no quería verte nunca en medio del salón.

¡Cómo se enfadaba porque decía que eras muy ruidoso! Ahora al comedor. Cuidado con las patas de las sillas, no te vayas a enredar que no puedo agacharme. Eso es, sin meterte por debajo de la mesa. ¡Madre mía! está lleno de polvo. Claro, como hago vida en la cocina, nunca paso por aquí. Se ha quedado como un salón de exposición. Pero, aunque así sea, no hay que ser descuidado en la limpieza, así que mañana tú y yo vamos a dedicarnos un rato a poner un poco de orden aquí ¿Te parece? Mira el dormitorio. Hoy ni he hecho la cama. Cada día me da más pereza. Además, no puedo agacharme, así que esperaré a que venga la asistenta del ayuntamiento el viernes para que me ayude. ¿Qué? ¿Contento ya con el paseo? Anda, vamos que te lleve otra vez a la terraza. Entiende que no te deje por aquí, por cualquier sitio, no sea que tropiece y me caiga. Lo que me faltaba. Deja que recoja la correa. Así, bien guardadito, ahí es donde debes estar, junto a la fregona, el cepillo y el recogedor. Ese es el sitio perfecto para un aspirador.