Por Gonzalo Montoya

Durante las últimas semanas he ido descubriendo que las relaciones personales y sociales de esta sociedad tan desarrollada son mucho más que una cita, una cena, una fiesta, una conversación. Valores como la confianza, la comprensión, la aceptación del otro, la generosidad, la superación día a día y la complicidad en todo contribuyen a que los sentimientos de amor y cariño entre las personas sean auténticos, duraderos y a la vez enriquecedores para el crecimiento personal.

La reflexión a la que me lleva esto es si realmente un hombre, o una mujer, puede vivir sin emociones como la alegría de compartir su vida con otra persona, la tristeza de no alcanzar lo deseado, la sorpresa ante algo desconocido, la aversión ante algo que nos genera disgusto o no nos gusta, la ira e irritabilidad cuando no se cumple lo esperado.

Mi conclusión es que no, que necesitamos sentir las emociones porque ello nos hará más fuertes y resistentes a las adversidades de la vida.

Miedo, sorpresa, asco o aversión, ira, alegría, tristeza se convierten así en las seis categorías básicas de emociones a las que no debemos renunciar y sobre las que debemos profundizar para convivir con ellas y aprender a gestionarlas día a día.

Nos enfrentamos a la pérdida de seres queridos en masa, a la pérdida de aquellos que dieron sus vidas por nosotros y lo están haciendo en soledad.

La soledad, ¿es realmente la gran epidemia silenciosa del siglo XXI?, mucha gente estaba muriendo sola por todos los rincones del mundo y aun sabiéndolo nada hacíamos para evitarlo, era algo que no iba con nosotros…. Ahora, con este virus matador, empezamos a ser conscientes de que todos estamos en el mismo barco y que esta sociedad ha perdido el norte caminando sin rumbo.

“Cuando Dios pierde su centralidad, el hombre pierde su justo lugar en las relaciones con los demás” (Benedicto XVI).

Prometeo (mito griego): un hombre que creyó que podía llegar a ser el mismo “dios”, dueño de la vida y la muerte, muy por encima del resto de los mortales. Su sabiduría sería finalmente el principal motivo de su sufrimiento y soledad, su particular cárcel del alma.

Hoy nos toca despertar y reflexionar sobre si nuestro lujoso ropaje es un sueño y que en realidad yacemos desnudos… que si evitamos mirarnos en el espejo con humildad para vernos tal y como somos, terminaremos como Prometeo, solos y con nuestra propia cárcel del alma.

Encarnar a un nuevo “ser” es lo máximo que ocurre en la vida de una mujer, no tengo ninguna duda, pero también pienso que para el hombre es algo superior, porque cede algo íntimo para que la mujer pueda concebir.

Cuando el “ser” es encarnado con amor, necesariamente nace con el amor dentro en sus genes y radiará amor durante toda su vida.

La vida nos pone a prueba en muchos momentos y circunstancias y es en esos momentos cuando surgen los verdaderos sentimientos hacia los demás.

Dicen que “nada dura para siempre”, si esto es así,  mis hijos son “MI NADA” pues los llevo dentro de mí por siempre.

El estado natural de los seres humanos es amar a todo el mundo, lo que ocurre es que aquí en la Tierra este estado natural está modificado, pero en el caso de los hijos esto no es así. Estamos diseñados para que, cuando se trata de un hijo, tengamos todo nuestro amor disponible incondicionalmente.

Amar solo a algunas personas aquí en la Tierra parece lo normal, pero no lo es. Cuando no estemos en la Tierra, amaremos a todo el mundo con la misma intensidad que ahora amamos a nuestros hijos.

El “tu” que hay en la Tierra de cada uno de nosotros, es solo una parte de ti, es un “tu” limitado, porque el “tu” real es enorme y tiene una capacidad de amar enorme.

¿Por qué y para qué estamos aquí?… ¿Cuál es nuestra misión?… ¿Realmente estamos en el camino acertado?

Si el nacimiento es el momento en el que termina el proceso de gestación, y emerge un nuevo ser vivo a la Tierra saliendo del vientre de su madre, pensemos que es un momento de tránsito en el que saltamos a la vida totalmente vírgenes sin ningún tipo de contaminación y por tanto que el vientre de la madre es puro.

Que ocurre después de ese momento es la pregunta… el nacido ira experimentando emociones que le transmitimos los que ya llevamos tiempo en la Tierra, especialmente la madre que es la que más tiempo pasa con él. Así pues, el nacido irá asentando todo aquello que le vayamos aportando de manera que llegará a formarse y llegará a ser él mismo.

Así mismo, la madre crecerá interiormente y emocionalmente al comprobar que es capaz de generar una nueva vida que nace de su vientre y esta emoción solo las madres saben lo que es.

En este tiempo tan difícil de gestionar, en el que hay tiempo para todo, están floreciendo perfiles muy diversos y diferentes en la sociedad: el indiscreto, el desagradecido, el insolente, el traidor, el envidioso, el egoísta…. que ya estaban, pero que no eran plenamente visibles. Pensando sobre ello estoy convencido de que probablemente son una consecuencia del desconocimiento que tenemos sobre el bien y el mal.

Podemos decir de manera directa y con una sola palabra que “la belleza” es el bien y “la vergüenza” es el mal… También podemos asegurar  que aquel que yerra es inteligente y que si además participa de lo sobrenatural, nadie podrá cubrirlo de vergüenza y tampoco le podrán hacer daño.

Nacemos para ayudar y colaborar con nuestros semejantes, al igual que los dos pies, las dos manos, los dos parpados y los dientes superiores e inferiores… va contra la naturaleza enfrentarnos unos con otros porque enfrentarse además es enfurecerse y darse la vuelta para mirar hacia otro lado.

Debemos aprovechar los tiempos difíciles como el actual para activar los verdaderos valores que nos hacen no sentir “vergüenza” y de esta manera alejarnos del mal, porque solo resaltando la “belleza” del ser humano alcanzaremos el bien.

Siendo generosos, condescendientes, amables, comprensivos, respetuosos… nunca sentiremos “vergüenza” y estaremos haciendo el bien… ¿por qué negarnos a ello haciendo lo contrario?

¿Por qué hacer el mal a veces nos resulta tan atractivo y gratificante?

Dediquemos este tiempo de reflexión y confinamiento a observar la “belleza” del bien y de esta manera no sentiremos la “vergüenza” del mal.