Dejó su Asturias natal y emigró a Londres, París y finalmente Bruselas. Ahora, pelea cada día contra la soledad, el aislamiento y para seguir activa

Ana recuerda su llegada a Bruselas en 1968. Tenía entonces 27 años y, mientras limpiaba los suelos de un restaurante, ya portaba mucha vida a sus espaldas. A los 13 había dejado la escuela en Piñeres de Pría, en el concejo asturiano de Llanes. “Tocaba ayudar a la familia”, explica. Y la siguió ayudando cuando marchó a Londres a los 18 para trabajar como niñera, cuando se trasladó como interna a París y cuando llegó a Bruselas después de probar suerte unos meses en Madrid.

“Si es hoy, creo que no me atrevería a tantas aventuras”. Ahora, a sus 81 años, dice que el sillón de casa le intenta convencer de que no se levante. Pero ella se obliga a salir de casa para acudir a su cita al centro de Accem en la capital belga, donde hace gimnasia, ejercicios de memoria y mantiene el contacto con otras personas con las que compartir idioma y recuerdos.

Le preocupa que otra situación como la pandemia vuelva a obligar al cierre del centro y que el sillón de su casa termine atrapándola, aislándola de sus compañeras y compañeros del centro. Pero se repite el lema que aprendió después de superar un cáncer hace años: “un día a la vez”, hoy está aquí y hay que disfrutarlo.